domingo, 18 de febrero de 2018

El mármol que sobra


“¿Cómo puedo hacer una escultura? Simplemente retirando del bloque de mármol todo lo que no es necesario”.

“En cada bloque de mármol veo una estatua tan clara como si se pusiera delante de mí, en forma de acabado de actitud y acción. Solo tengo que labrar fuera de las paredes rugosas que aprisionan la aparición preciosa para revelar a los otros ojos como los veo con los míos”.

Se atribuyen estas frases a Miguel Ángel, hablando de La Piedad(1).


Sara tiene setenta y largos años. Es la segunda vez que la veo, se las ingenió para ser paciente mía cuando, unas semanas atrás, le hice una evaluación de pre ingreso para adquirir los servicios de la prepaga donde trabajo y estando acompañada de su marido le pregunté si aún se soportaban y luego si eran felices.

Ya convertida en paciente de la prepaga, y por influencias y llamados a amigos, en paciente mía, Sara llega un día a mi consultorio.

Seria, impecablemente vestida, casi ceremoniosa en su actitud y sus movimientos.

Varios sobres con estudios la acompañan, los cuales pone sobre el escritorio denotando que probablemente debería concentrarme en ellos para conocerla, para en pocos minutos saber qué le pasa a su columna, qué a sus huesos, qué vitamina le falta, por qué duele todo su cuerpo y por qué no puede pegar un ojo en toda la noche.

Dispongo de 20 minutos, que en este caso seguramente serán 40 o 60. Mis pacientes saben que trato de respetar sus horarios y ellos deben respetar los míos pero también saben que ellos pueden no hacerlo y yo puedo no hacerlo cuando “las circunstancias lo imponen”.

Hago Medicina Familiar y ello implica que definimos como problemas de salud a un espectro tan amplio de condiciones que van desde una enfermedad coronaria asociada a una enfermedad valvular compleja hasta la muerte de Nipur, el gato que acompañó durante los últimos 15 años a una anciana de 85. Y a la enfermedad cardíaca le llamaremos estenosis aórtica severa asociada a coronariopatía difusa y al sufrimiento de la anciana por la muerte de Nipur le llamaremos duelo.

No pocas veces, detrás de una señora que consulta y consulta y consulta por miles de síntomas raros y complejos, hay un maltrato infantil, un abuso y hasta una violación.

Varios de mis alumnos habrán escuchado el relato de Elena Vaccari, una “consultadora serial” una “fundamentalista del uso y abuso de consultas no programadas, centrales de emergencias, tomógrafos, médicos a domicilio y especialistas”.

Nunca les cuento a mis alumnos el paciente que va a venir. No quiero condicionar sus ojos, ni sus oídos ni su mente. Ya no les digo a mis pacientes que tengo un residente conmigo ni les pido permiso para que presencien la consulta. Simplemente saben que lo tengo y  sé que tengo su permiso. Siempre estoy con alguien en la consulta.

-  Elena, cuéntele a Yamila lo que pasaba con los alemanes en Módena (su ciudad natal).

Y Elena cuenta animadamente cómo su madre, después del verano de 1943 se las ingeniaba para que las tropas alemanas no se la llevaran a ella, de 12 años, para disponer de su cuerpo y violarla.

Con acento de Emilia Romagna (imagino porque no sé distinguir los acentos) Elena cuenta que su madre, cuando los alemanes atronaban sus puertas, tomaba carbón de la estufa, se manchaba toda, ensuciaba su casa y abría con ojos desorbitados para que los alemanes se fueran rápidamente diciéndose entre ellos que la casa estaba habitada por una loca.

Cuenta cómo su padre salió un día con el carro y no volvió más y cómo un primo dio el último paso de su vida pisando una Bouncing Betty (así las llamaban los ingleses y americanos), una mina antipersona, en las inmediaciones de Módena.

Pero, volviendo a Sara, prefiero declinar mi incursión a los sobres de papel y respetuosamente, cuidando de no ser un prepotente que desestima su salud ensobrada, le pregunto si no le molesta que antes de ver los sobres le haga algunas preguntas para conocerla un poco.

En esas preguntas, en las que trato de trazar una biografía de mis pacientes, los sobres con estudios quedan reducidos a una ridícula muestra unidimensional al lado de los bolsones llenos de experiencias y vivencias, pocas lindas, varias feas, algunas horribles de la vida de Sara.

Mi colega y amigo, Esteban Rubinstein, en su libro Clínica Imaginaria habla de la “agenda” médica y la divide en la agenda del médico, lo que el médico entiende de la consulta y lo que pretende de ella y la agenda del paciente, lo que el paciente busca en la consulta. No pocas veces esas agendas no coinciden, están desalineadas. Esteban dice que los médicos de familia disponemos de la herramienta tiempo que nos permite subirnos y navegar la agenda del paciente, aun con sus futilidades, sabiendo que disponemos del tiempo para abordar finalmente nuestra agenda(2).

La agenda de Sara eran los estudios, mi agenda era ver quién era Sara. Como era la primera vez, le pedí priorizar la mía. Quería saber bastante de la dueña de esos sobres con estudios.

Su marido, quien había venido con ella a la consulta de pre ingreso, había muerto hacía diez días, súbitamente en un mar de vómitos y convulsiones.

Se habían mudado hace poco desde Ginebra, donde el último año vivieron con la hija de Sara y su familia.

Su marido recientemente fallecido era su segundo marido, no tenían hijos en común; él tenía tres hijos a los que no veía desde hace doce años.

Decidieron volver a Argentina por la prepaga.

Alquilaron un departamento carísimo que a Sara le parece además horrible y en un barrio “que no tiene nada que ver conmigo”.

Está sola, sus hijos en Europa, sus amigos en la zona norte del conurbano.

No duerme.

Le duele todo.

En la agenda de Sara, están la dificultad para dormir, su columna y sus dolores. Quiere saber si yo la voy a poder ayudar.

De mi consulta, de mi agenda, surge según le planteo:

Que está sola, que está aislada socialmente y que enfrenta un duelo.

Y no sé si la voy a poder ayudar.

La agenda del paciente muchas veces está llena del mármol que sobra y hay que sacarlo, simplemente, para encontrar La Piedad.

El mármol sobrante son muchas veces las pilas de estudios, derivaciones, interconsultas, medicamentos, estímulos tan efímeros como inútiles a las esperanzas de los pacientes que creen que van a solucionar sus problemas que están en el músculo o en el estómago o en el pulmón.

Y no van a solucionar nada, solo van a crear más angustia, frustración e incertidumbre porque los problemas están en el mármol que queda, una vez sacado el que sobra.

Y, demás está decir, que yo no soy Miguel Ángel ni Sara tiene la belleza de La Piedad. 

Referencias

1.   Hernández JM. La Piedad de Miguél Ángel Buonarroti [Internet]. José Miguel Hernández Hernández´s Blog. Available from: http://www.jmhdezhdez.com/2015/03/la-piedad-miguel-angel-escultura.html

2.      Rubinstein E. Clínica imaginaria: El intersticio en la consulta del médico de familia. Ediciones D, editor. 2012.



Piedad del Vaticano - Basílica de San Pedro del Vaticano, Roma, Italia